lunes, 17 de abril de 2017

Patricio Valdés Marín

Nuestra civilización occidental capitalista se caracteriza principalmente porque establece que la propiedad privada del capital es absoluta e inviolable y, además, nos obliga jurídica y policialmente a respetar el derecho de quienes acumulan y concentran riquezas más allá de las posibilidades de la imaginación. Por su parte, nuestros días se están caracterizando porque la misma acumulación y concentración en una pequeña oligarquía plutocrática global nos está llevando a la destrucción de nuestra civilización. Debiéramos entender que esta oligarquía, en que sólo seis de sus individuos poseen el equivalente a la riqueza de la mitad de toda la humanidad menos rica, es dueña del FED, entidad que emite los dólares sin medida alguna y los presta a intereses, es propietaria de las corporaciones transnacionales, persigue además implantar un “nuevo orden mundial” que obligue a todo el mundo a ser deudores de crédito ganando en los intereses, a ser sus clientes ganando en las utilidades, a invertir sus capitales ganando en beneficios, a ser terratenientes ganando en rentas. Ha cooptado a EE.UU. mediante sobornos y utiliza sus instituciones, maleándolas, para dominar todas las naciones y apoderarse de sus riquezas mediante la fuerza. Después de haberlo completamente parasitado esta apátrida oligarquía está arrastrando a EE.UU. al desastre y también al mundo entero.

Invadiendo nuestra mente con una continua propaganda, nos ha empecinado a sacralizar la propiedad privada del capital. Esta ideología ha tenido históricamente sus iconoclastas, pero han sido persistente y brutalmente reprimidos. A continuación veremos un modelo de cultura milenaria que no se basa en la propiedad privada, sino en la propiedad comunitaria. Ha sido muy exitoso, humanitario y feliz por muchos milenios. Se trata de la cultura andina, que es compartida principalmente por los pueblos quechuas y aimaras, que surgió tras la revolución agrícola-pastoril del neolítico americano y que se encuentra actualmente acosada por la civilización occidental.

La organización sociopolítica fundamental de estos pueblos agricultores es el ayllu. Se trata de la comunidad local de campesinos, unidos originalmente por lazos familiares, que trabajan las tierras comunitarias, las que comprenden tierras de cultivo, de pastoreo y bosques comunales. Las viviendas familiares se agrupan en aldeas. Cada aldea, incluida sus tierras cultivables y de pastoreo, es un ayllu. Tradicionalmente, las comunidades intercambian productos en las frecuentes festividades regionales. También allí se vinculan los miembros de distintas localidades y los solteros encuentran su pareja para la vida.

El modo de producción tradicional de la región andina en sus valles y en su altiplano ha sido el cultivo de la tierra (papas, maíz, quinua, habas, calabazas, etc.) y el pastoreo de camélidos (llamas y alpacas) y, desde la Conquista, ovinos, caprinos y vacunos. Este trabajo se realiza en forma familiar. Nadie es peón de otro. La preparación de la tierra, su labranza, siembra y cosecha se realizan manualmente y con herramientas mínimas, tal como se hacía miles de años atrás. El arado egipcio, una de los adelantos tecnológicos más importantes introducidos en medio milenio, fue traído por los conquistadores.

A diferencia de los poderosos señores que explotaban al campesinado y que caracterizaron otras culturas agrícolas en otras partes del mundo, como Egipto, Mesopotamia, India, China, en la región andina se ha llegado a una completa convivencia social basada en un entendimiento perfectamente pacífico, donde lo fundamental es la igualdad social y económica. Un signo de esta igualdad es la homogeneidad en la vestimenta. También la indumentaria significa la adherencia a una determinada cultura y por ende, a una comunidad.

            A juzgar por los hallazgos arqueológicos, los pueblos originarios nunca requirieron fortificaciones, armamentos, ejércitos ni aparatos represivos. Por una parte, se privilegió la convivencia al conflicto, cuidando mucho que nadie pudiera llegar a una situación de dominio por una riqueza relativa que pudiera someter a los otros. Por la otra, ello puede explicar también que fueran fácilmente conquistados primero por los incas, un pueblo algo más guerrero que formó un imperio cuya unidad se sostenía en el dios Inti, y, posteriormente, por un puñado de aguerridos españoles.

Probablemente, el hecho de cultivar la tierra con el agua de la lluvia, y no de algún río, como el Nilo, Tigris, Eufrates, Indo, Ganges, Amarillo, Yang-tse, que concentra geográficamente los terrenos de cultivo, permitió el desarrollo de comunidades campesinas libres e igualitarias. Antes que ser sometido o cuando el espacio faltaba, un campesino y su familia solían emigrar a otros suelos vírgenes, igualmente fértiles, ya que en todas partes llueve. Igualmente, el extenso territorio que permitía ocupar nuevas tierras mantuvo una mediana concentración demográfica, hasta que, cuando se produjo la explosión demográfica de las últimas décadas, se llegó a ocupar todas las mejores tierras. El excedente de población debió emigrar a la ciudad, donde su cultura neolítica y agraria no lo prepara para una rápida adaptación.

El ayllu data de los tiempos inmemoriales, cuando los primeros cazadores recolectores que ocuparon la región andina comenzaron a cultivar el maíz, la quinua y la papa, y a pastorear camélidos. Aquél estableció tan firmemente como aquellos primeros labriegos y pastores adaptaron evolutivamente su propia fisiología a las altitudes de los Andes. Con el advenimiento del imperio de los incas, los ayllus permanecieron como la base de su organización política, social, económica, religiosa y militar, y pasaron a integrar alianzas y federaciones. Durante la Colonia, desde el virrey Toledo, los españoles respetaron la organización primaria del ayllu, a la vez que mantuvieron el colectivismo agrario. La República, imbuida en las ideas liberales prevalecientes en Europa, le suprimió todo accionar político a esta forma de vida que no cuajaba en sus ideales, pero que era la de la gran mayoría del pueblo. Pero tampoco hizo nada por transformarlo e integrar a los indígenas a la vida nacional, perpetuando la segregación cultural y étnica.

La autoridad reconocida en el ayllu es la del sinchi o curaca, miembro eminente de la tribu. Cada ayllu rinde culto a sus antepasados, y tradicionalmente tenía un emblema o tótem protector, el guarqui, que tomaba forma de animal, de ser inanimado o de fenómeno natural.

Como se dijo, el parentesco es la base de la unión del ayllu. El comportamiento social e individual es similar al de una tribu, con las debidas diferencias en cuanto a que la tribu es la organización social propia de cazadores-recolectores. Tal como en la tribu, las relaciones entre los individuos son personales. En un ayllu los mayores traspasan las tradiciones, valores y costumbres a las nuevas generaciones, y velan para asegurar la supervivencia de todos. Éstas rigen el comportamiento social e individual. El ayllu es la fuerza que representa la voluntad del grupo. El individuo se funde completamente con él, al tiempo que mantiene en gran medida su propia personalidad.

Las relaciones sociales son semejantes a las de una comunidad sin clases y sin el poder individual que otorga la propiedad privada. En el ayllu todos son iguales en lo económico y en lo social, lo que contribuye a dar estabilidad y armonía a las relaciones entre las familias. El ayllu contiene la fuerza de la supervivencia individual y colectiva. Allí se manifiesta la voluntad inquebrantable de la comunidad. Allí también se parapeta la tradición y las costumbres que emanan del vivo amor a la tierra, resistiendo pasiva pero tenazmente todo cambio. La tradición enseña que la supervivencia se encuentra fundamentalmente en el cultivo de la tierra.

Lo peculiar del ayllu es que la propiedad de la tierra no es individual, sino que comunitaria. Es la comunidad la que asigna periódicamente los terrenos de cultivo, o tupus, a las familias. Con ello se consiguen al menos cuatro objetivos: 1º una repartición equitativa de las tierras según las necesidades y capacidades de las familias; 2º el apartar tierras para su descanso, y 3º el exigir a los individuos trabajar por el bien común, como construcción y limpieza de canales de regadío, construcción y mantenimiento de caminos vecinales, etc., y 4º el obligar al individuo a acatar la voluntad de la comunidad en la prosecución del bien común. Los bosques, el agua y los pastizales son explotados en común. La choza y sus pertenencias son propiedad exclusiva del grupo familiar.

El ayllu dista mucho de ser una empresa agrícola. Por una parte, los únicos factores de la producción económica que reconoce son la tierra y el trabajo. El capital y la gestión empresarial no tienen significación productiva. Por la otra, el trabajo es de quien labora directa e individualmente la tierra. El fruto de la tierra va en su totalidad a quien la ha trabajado. No son posibles empresas mayores que requieran contratar mano de obra, pues cualquiera que llegue a trabajar la tierra la puede reclamar para sí junto con los frutos obtenidos.

El propósito de esta organización es la provisión del alimento y de los materiales básicos (lana, cuero, madera, paja) que permiten asegurar la subsistencia familiar, pero llevando una vida simple, tal como se hacía milenios atrás. El escaso excedente generado pasa al resto de la economía nacional a través del comercio.

Probablemente, la institución originaria que más representa tanto el carácter cultural como la cosmovisión del pueblo originario sea el “presterío”. Éste es una fiesta comunitaria, principalmente aimara, por la que quien se ve favorecido en su cosecha en un año, cosa perfectamente natural, está obligado a repartir y prestar su excedente a los otros, esperando ser retribuido cuando a éstos les vaya bien en un futuro indefinido. También, probablemente, el origen de esta institución se encuentre en la estructuración de un mecanismo que impedía tanto que alguno sufriera necesidades como que alguno llegara a adquirir mayor poder que los demás y convertirse de esta manera en el germen de odiosas diferencias, dominaciones y sumisiones.

Algunos rasgos decisivos y característicos del comportamiento social y cultural se pueden observar en esta costumbre del presterío. Uno de ellos es la búsqueda de la igualdad social y se trata de una igualdad en lo simple, donde es naturalmente mal visto ostentar riqueza. Otro rasgo es el natural pacifismo de las personas, reconociendo que los otros, en especial los del mismo grupo, tienen un espacio para desenvolverse. El presterío permite el derecho de petición que tiene una persona frente a alguien que está en una posición temporalmente superior. El extender la mano no menoscaba la dignidad personal, pues se considera que es una actitud no sólo legítima, sino que apropiada frente a quien tiene.

            La sociedad que llegue a organizarse en el Milenio no será probablemente como la descrita, pero tendrá cierta similitud. Si nos atenemos a lo predicho por numerosos videntes (ver http://unihum2016parte2.blogspot.cl), la característica será el restablecimiento de la organización social donde se proscribirá el capitalismo. Antes que el Milenio llegué, deberemos someternos a la “Gran Tribulación”. Desde luego, la mayor parte de la infraestructura productiva será desarticulada y destruida y ya no existirán los recursos naturales que permitieron el desarrollo capitalista. Pero la tierra será regenerada y fertilizada, lo que permitirá una existencia humana menos tediosa y más fácil, accediendo a la supremacía de la justicia, la bondad y la felicidad.


No hay comentarios:

Publicar un comentario